viernes, 2 de diciembre de 2016
El Confidente
Cuando unos hechos delatan las intenciones iniciales
De unos años a esta parte, en
nuestro país se viene poniendo en evidencia, un gran descontento ciudadano con
el sistema político, o para ser más exactos, con la clase política.
El estallido de asuntos probadamente
imbricados con la corrupción en unos casos y en otros en fase de “presunta relación”
con la corrupción, han puesto de manifiesto como la dinámica corruptelar ha
sido desde el minuto uno, no una singularidad o un accidente del sistema, sino
que posiblemente formara parte del sistema.
Hemos visto
como desde los años 90 hasta hoy, el estamento judicial ha ido sentando a
algunos “presuntos delincuentes corruptos” en el banquillo de los acusados,
después de lo cual, alguno de ellos ha sido condenado. Pero la Justicia siempre
actúa con ellos, con la máxima cautela y con la mayor de las prudencias, casi
con guante de seda.
Caso muy
distinto es la vara de medir que se emplea con la presunta delincuencia llamada
“común”. En estos casos no tienen duda ninguna: cuando la policía apresa a un presunto delincuente que trafica con
droga, pongamos por caso, se le detiene y la Justicia le trata con toda la
contundencia posible. Y legalmente este detenido al que hay que otorgarle en
todo momento la “presunción de inocencia”, hasta que no sea juzgado y se dicte
sentencia firme contra él, la realidad es que se le considera un “presunto
delincuente” y se le encarcela sin más contemplaciones.
En cambio
cuando la Justicia se topa con algunos personajes que provienen del ámbito de
la política, considerados según los informes policiales, como “presuntos
delincuentes”, vemos como se sigue adoptando la máxima cautela y la mayor de
las prudencias; pongamos por caso a Jordi Pujol, que después de todo lo que se
sabe sobres sus hechos, continúa tan libre como un pajarillo del bosque.
Es innegable que
en la práctica no percibimos aquél precepto constitucional, según el cual, todos
somos iguales ante la ley y más bien parece, que estén empeñados en
demostrarnos lo contrario.
Resulta innegable que nuestro
sistema político representativo, ha venido funcionando con una falta evidente de
mecanismos de control sobre los deslices de la clase política.
Llegados a este punto, muchos nos preguntamos
sin ningún complejo, si esta falta de control era casual e involuntaria, o si
por el contrario fue un olvido calculado.
La pérdida de confianza ciudadana hacia la clase política y
por tanto en sus instituciones, alcanza también a muchos medios de información,
a los cuales y debido a sus compromisos (ya sea en forma de anuncios oficiales
o subvenciones), no les resulta fácil, ofrecer a sus lectores informaciones
independientes e incluso libres. Podemos ilustrarlo con un ejemplo suficientemente
conocido: Richard Nixon no hubiera tenido que dimitir por sus abusos de poder como
presidente de EEUU, si el Washington Post
no hubiera publicado reiteradamente, todo lo que iba conociendo sobre el
escándalo Watergate.
El actual y fundado descontento ciudadano para con su clase
política, ha sido la base de lo que se dio en llamar movimiento de “los
indignados”.
Domeñados los medios de información en papel, solo queda la
televisión para que el ciudadano se informe. Ya sabemos que la televisión no prohíbe
los libros; simplemente los desplaza por la ley de mínimo esfuerzo. Lo que si
hace la pequeña pantalla es
anular los conceptos y las
ideas. Que atrofia la capacidad de abstracción y anquilosa el entendimiento
profundo, llegando a sustituirlo por una visión superficial de la realidad. Sin
embargo la capacidad de manipulación informativa o tendenciosa, también alcanza
a la televisión. Pero si los ciudadanos queremos actuar como verdaderos
ciudadanos, deberemos pensar por nosotros mismos y renunciar a la comodidad que
supone aceptar a pies juntillas, el pensamiento del político que nos lanza su
mensaje a través de la pequeña pantalla. En este sentido, el movimiento
“indignado” fue un buen revulsivo para nuestras conciencias, aunque es verdad que
esa fue la única virtud de ese movimiento, pues hasta el momento no ha aportado
ninguna propuesta solucionadora; denunciar la anómala situación solo tiene el
valor, de sustituir a los medios de información, poniendo de relieve el
vergonzoso comportamiento de algunos de ellos, dedicados a publicar dimes y
diretes, pero olvidando hurgar en los verdaderos problemas del sistema, cuando en
el fondo no se trata más que mantener y sostener por encima de todo, la
legalidad y la igualdad. Es decir, velar para que todos seamos iguales ante la
ley.
Etiquetas: cuushedelintinici
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