viernes, 16 de octubre de 2015

El Confidente


Las clases medias se radicalizan 

El sistema político democrático puede considerarse sustentado por unos pilares; uno de ellos es la confianza en el sistema, entendida como la certeza que tienen las clases medias en mantener su empleo, como una fuente de ingresos suficiente para poder vivir dignamente.

Cuando la crisis hace su aparición, envía a muchas personas de las clases medias al paro, otras con mejor suerte, continúan trabajando pero ven mermados sus ingresos, ya sea por disminución de sueldo, o por un gran aumento en la fiscalidad. En estas circunstancias, es obvio que en muchos casos se pasa de la suficiencia a la necesidad.

Si las clases medias formaban un conjunto que confiaba en el modelo, ahora las duras circunstancias les llevan a la conclusión, de que si el modelo económico y social no se demuestra ya capaz de proteger a las familias, sencillamente no existen razones para continuar creyendo en este sistema.
Por ello, muchas familias (y ahí están los últimos resultados electorales) han radicalizado sus apoyos como tabla de salvación, provocando que las costuras que mantenían a las clases medias dentro del “sistema” hayan saltado por los aires. La prueba de ello, aparece en el apoyo a Syriza en Grecia, o en Francia donde el Frente Nacional ha dejado de ser un pequeño reducto de la extrema derecha. Incluso  en España han aparecido al igual que en el Reino Unido, entre otros, partidos de corte populista que han tenido cierto éxito en las últimas elecciones.

Cuando llega la recesión que se vislumbra larga y dura, muchos de los más afectados acaban convenciéndose que de poco les queda ya por perder y apuestan electoralmente por programas que se sitúan en los extremos del “sistema”.
El aumento de las desigualdades salariales, unido a un deterioro creciente de las condiciones laborales, es lo que se ha dado en llamar un empleo de usar y tirar; una situación ideal para confluir en una polarización política hacia posiciones que se contraponen al “sistema”.
En el fondo, lo que se quiere poner de manifiesto, no es sino un disgusto profundo, al verse quebrado el pacto social que suponía el Estado del bienestar.

El Estado de bienestar generalizado, se constituyó atendiendo disimuladamente a ciertos derechos que tenía la clase trabajadora en el sistema socialista.
En Europa la adopción del Estado del bienestar fue el resultado de un pacto entre la socialdemocracia, la democracia cristiana y los partidos liberales del momento.
Los partidos políticos actuales conocen esa realidad y por ello todos sus programas electorales están salpicados de toques socialdemócratas, lo cual no significa que todos tengan una identificación ideológica con la socialdemocracia, sino que lo toman como un apoyo instrumental al que se acogen tanto los partidos de derechas, como los de izquierdas e incluso los de “centro”. En su tiempo hasta el presidente Nixon percibía esa particularidad y lo resumía en su frase: “Ahora todos somos keynesianos”. Pero una cosa es la teoría política y otra muy distinta la dura realidad que viven muchas familias: millones de familias que antes tenían la percepción de formar parte de la clase media, hoy se ven bordeando la pobreza relativa, pues en muchos casos, aún y teniendo un puesto de trabajo se ven como trabajadores pobres.
Nada tiene de extraño, que estas personas decepcionadas o hasta puede que muy dolidas, se hayan radicalizado, simplemente para dar un escarmiento a la clase política que hace mucho tiempo ha perdido tanto la ética como el sentido común.

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