lunes, 16 de diciembre de 2013

Opinió

Las mayorías silenciosas

Naufragamos en un modelo social basado en la explotación de todos y todo, por parte de un porcentaje ínfimo de personas. Gran parte de la población está sin duda en la negación de una realidad que supone que, este año, el Estado ha estimado lo que pagará, sólo en concepto de intereses por la deuda pública (la segunda partida presupuestaria, sólo por detrás de las pensiones). Los Presupuestos del gobierno contemplan el pago de 100 millones al día sólo en intereses. Mientras tanto se siguen abriendo cada vez más contenedores de basura, para poder comer algo cada día.

El autoengaño como forma de salvación personal nos arrastra por el camino del abandono y la decadencia. Este camino permite, junto a una conciencia crítica social ausente, vivir en una apariencia de segura felicidad basada en la inevitabilidad de los acontecimientos.
Así sólo se consigue perpetuar y ahondar en la degradación humana además de no aceptar la complicidad, por omisión, del desastre de la mayoría.

Como única y cobarde actitud la hipocresía es la salida menos costosa, al menos en apariencia, para continuar deambulando por la vida sin cuestionarse nada más allá de la mera supervivencia.
Todo ello pretende explicar, en parte, la falta de reacción de la sociedad frente a tanto atropello por parte de unos gobiernos prepotentes y paternalistas, que llegan a sorprender por su falta de respeto a los ciudadanos con sus desplantes ante medios de comunicación y con el propio parlamento.

Lo que no deja de resultar llamativo es cómo, en los años de gobiernos establecidos desde la Transición, el ciudadano se ha acostumbrado a convivir con una manipulación gubernamental con porcentajes crecientes de recurrentes mentiras, de desvergonzada corrupción, de degradación moral, de dilapidación de los recursos públicos, de decadencia en la educación, en la salud pública, de degradación ética, de prepotencia, de falta de futuro, de impunidad, de deterioro institucional, de tergiversación de la historia.

El egoísmo que se percibe en lo individual (el conocido “sálvese quien pueda”  o “a mí no me va a tocar”) es un factor adicional de peso para descifrar tan gigantesca pasividad.
Así, no resulta sorprendente que ese egocentrismo haya alcanzado a muchas organizaciones y se extienda a través de la mezquindad con la que se desenvuelve, donde hasta un elemental acuerdo o un programa electoral es complicado de lograr y más aún de mantener.

En el momento actual y hasta ahora, las reacciones han sido parciales, encabezadas principalmente por las distintas mareas (sanidad y educación), pero la verdadera movilización por parte de la mayoría de la sociedad no termina de producirse pese a que lo que nos jugamos como sociedad sea tan trascendental y vital.
        
El miedo no podrá justificar nuestra inacción ante las generaciones futuras, no podremos mirar con dignidad a nuestros hijos y decirles que, ante los problemas y peligros a los que nos enfrentamos en el pasado, nuestra opción fue elegir el miedo.


CGT - Banca 

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