jueves, 15 de diciembre de 2011

Cartes al Director

La envidia siempre aparece

Era en 2004 en plena burbuja inmobiliaria, cuando con unos socios teníamos una empresa dedicada ‘al patio para ladrillo’. Recuerdo que con ocasión de tener que negociar una operación financiera, acudimos a un banco donde el banquero que nos atendía se miro atentamente la documentación para decirnos ‘Pero ¡Con esta operación os vais a forrar a costa del banco!’. Aquí forrarse, significaba que si a nosotros nos salía bien la operación en 18 meses doblábamos el dinero invertido, mientras que el banco tenía que conformarse con un 9,5% anual en los 18 meses.
El comentario me resulto chocante porque entendí (no era la primera vez) que el representante del banco nos tenia poco menos que por unos usureros, cuando todos sabemos quienes son los maestros usureros. Decidí iniciar una especie de juego para saber que se llevaba el banquero entre manos así que le invite a formar parte de la sociedad a lo que contesto muy serio que eso no le estaba permitido.

Un socio que venía ese día conmigo, al darse cuenta del cachondeo que me llevaba decidio entrar también en escena, pues le propuso al banquero otro negocio: si tan buena inversión era comprar acciones del banco, le pedíamos un crédito extra para comprar un buen paquete de acciones ¡con la garantía de las propias acciones! Nuevamente el empleado del banco nos dijo que eso tampoco estaba permitido. ¡Claro que no esta permitido! Porque la compra de acciones no es una inversión tan segura como ellos lo pintan sino muy arriesgada.
El comportamiento del empleado no me resulta nuevo, me recuerda a otros socios que tuve cuando en negocios que hicimos juntos, ellos ganaban tres veces más que yo y les parecía que yo era un parásito.
Tenía razón mi profesora de economía cuando en una de sus clases, nos explicaba que se usa una cláusula verbal llamada “de envidia”, que no tiene otra finalidad que compensar con dinero extra a los empresarios, en caso de que los inversores obtengan en el negocio unos beneficios mayores de los esperados.

En conclusión, veo demasiadas personas obsesionadas con las comparaciones en un entorno donde la competencia no es sino como una obsesión adictiva por ganar más y más. Preocuparse por los beneficios que obtendrán otros como efecto secundario de sus propias ganancias me parece una enfermedad. Para que luego me digan que no somos un país de envidiosos.

Jóse


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