jueves, 30 de junio de 2011

Col·laboradors



¿Nos engañan nuestros políticos?

¿Son nuestros políticos verdaderos representantes populares? ¿Son elegidos de entre el pueblo y por el pueblo para regir los asuntos públicos en pro del bien común? En teoría sí. Pero luego, en la práctica, sabemos que no es exactamente así. En su mayoría los políticos, son individuos filtrados por los aparatos de los partidos y que se organizan para disfrutar del poder en beneficio propio.

Cualquiera que sea su bando alcanzan su objetivo a través de las artes interpretativas, y aunque algunos no sean demasiado buenos actores, nos los encontraremos en los teatros donde se decide gran parte de nuestras vidas: ayuntamientos, consejos comarcales, diputaciones, parlamentos autonómicos y, por supuesto, en el Gran Teatro en el que se representa la obra principal: el Congreso de los Diputados.
Juegan con nuestras pasiones, manipulan nuestros sentimientos, si pueden nos convierten en sus cómplices. Veamos en 12 puntos, cuáles son algunos de los “trucos secretos” de los que se valen para su puesta en escena.

1. Ataques personales. Un político expone una idea, y su oponente le lanza un ataque directo: “Yo no sé si don Fulano de Tal es el más indicado para cuidar de nuestro dinero, pues no son ningún secreto sus problemas con…”

2. Ironía. Arrancar una sonrisa fácil suele dar buen resultado. “Hombre, no es usted el más indicado precisamente para darnos lecciones de unidad…”

3. El prestigio de los grandes títulos. Si alguien dice que votar a la derecha produce cáncer, pocos se inquietarán por tal majadería. Pero si lo dice el profesor X de la Universidad de Harvard, a más de uno le quitará el sueño. Expertos y títulos imponen mucho a los españoles.

4. La mayoría lo hace así…Referirse a la mayoría hace más fácil atraer a la masa: “En Estados Unidos lo hacen así. ¿Vamos nosotros a ser menos?”

5. Información parcial. Los profesionales de la política son verdaderos especialistas en sacar datos fuera de contexto, en manipular la realidad y amoldarla a sus intereses: nos dijeron: “En el referéndum de 2005, un 76% de españoles votó a favor de la Constitución Europea.” Veamos: el 57% de electores no fueron a votar; sólo un 43% fue a votar aquel día, lo que no impidió que una gran derrota fuera disfrazada de victoria aplastante: el 17,24% votó en contra, y el 6% votó en blanco: la suma de éstos superó en mucho a los partidarios del Sí (el 19,76%).

6. Perversión del lenguaje. Son verdaderos alquimistas de la palabra, expertos en manipular sentimientos a través del lenguaje. Pueden convertir antónimos en sinónimos: “Terrorista” puede transformarse en “resistente”, o en “soldado del ejército de liberación”, dependiendo de si conviene o no que quien promueve el terror sea catalogado de una forma u otra.


7. Promesas difusas. Quizás el truco más común entre los políticos consista en lanzar promesas difusas. “Somos la solución”, proclamarán sin rechistar una y otra vez. ¿Cuál solución? ¿Dónde está? ¿Cuál es? Pregúnteselo usted mismo la próxima vez.

8. Nosotros-contra-ellos. Crear un enemigo común e identificarse con el público: Ellos son los malos y nosotros los buenos, (En esto, los de la rosa y los doberman son verdaderos expertos.)

9. La obviedad, los “por-supuesto”. Cuando parece que no queda ningún argumento, siempre hay uno al que se puede recurrir: “Como lo sabe todo el mundo....”, “Como no hay nadie que opine lo contrario…” (Es entonces cuando usted se convierte en don nadie.)

10. La pregunta retórica. “¿Vamos a permitir que nuestros jóvenes caigan en la droga? ¿Vamos a dejar que nuestros mayores se mueran de hambre?” La respuesta a una pregunta retórica hace que el espectador reaccione e interactúe identificándose con el emisor del mensaje.

11. La desautorización y el argumento no válido. Es muy fácil decir que el argumento del oponente no tiene validez: basta con decir que no tiene nada que ver con lo que se está tratando. Esto suele coger desprevenido al oponente, que si no es de verbo ágil o no domina el tema a la perfección, se mostrará dubitativo, mostrará inseguridad y hará que su argumento quede vacío, mientras su contrario le ganará la partida.

12. Argumento condicional. Cuando el que habla muestra evidencias tan claras que es imposible negarlas, el político experto ahoga el argumento válido, aceptándolo, pero condicionándolo: “Tiene usted razón, pero ahora mismo no toca: hay otras prioridades”.

Hay más, pero éstas son las tretas más usuales en política: las que usan unos y otros independientemente del color con que se disfracen. La próxima vez que se encuentre ante un manipulador profesional y se preste usted a formar parte de la farsa, ya no podrá decir que le ha cogido desprevenido, pero piense que usted paga la política y a los políticos y debe exigirles resultados, retomando la pregunta: ¿Nos engañan nuestros políticos? Aunque también podríamos preguntarnos: ¿No será que también nos dejamos engañar?

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