jueves, 9 de septiembre de 2010

El Confidente

Un Tribunal Constitucional distanciado de la Constitución



¿Qué debería ser un Tribunal Constitucional? En teoría su función parecía estar bien definida en la Constitución de 1978: decidir la constitucionalidad de las leyes que promulga el Parlamento y defender los derechos constitucionales de los ciudadanos.

Es una idea que dicen compartir todos los partidos políticos, pero en realidad lo que pretenden cuando llegan a poder, es que entre los miembros del Tribunal no se sienten magistrados de intereses o de ideología contraria a la suya. Ello queda probado porqué hace tres años que no llegan a ningún acuerdo para poder renovar a cuatro magistrados; por lo visto no les interesa que funcione el tribunal, sino que funcionen sus intereses. Además la imagen que nos ha ofrecido la Presidenta de este Tribunal últimamente con su comportamiento, aparentemente no neutral, hace que el concepto que acabemos teniendo de esta institución deje mucho que desear. Claro que indirectamente, los mayores responsables de esta intolerable situación somos los ciudadanos, por permitirla.

Parece que todos entendemos a este Tribunal como únicamente sujeto a decidir la constitucionalidad o no de las leyes. También que sus componentes, no son miembros de un consejo de administración muy bien pagado, de una especie de empresa pública, que se dedica a hacer favores o a otorgar prebendas desde el interés del partido gobernante, sino que se espera de este Tribunal unas decisiones sujetas a la objetividad y al respeto total de los preceptos constitucionales, para que el enjuiciamiento de las leyes sea creíble y respetado por los ciudadanos.

Si el Tribunal Constitucional debe seguir existiendo, debe ser pensando en todo momento en la Constitución y no en el programa o los intereses del partido que los ha colocado allí, es decir, deben dejar de ser instrumentos de un partido para pasar a ser un instrumento constitucional de todos los ciudadanos. Si el Tribunal Constitucional ha de seguir siendo una mera representación política como ha sido hasta ahora, creemos que está de más; para tal cometido ya tenemos al Parlamento y nos podemos ahorrar tranquilamente el elevado coste anual que nos supone. Basta ya de hacer el paripé.

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