jueves, 18 de junio de 2009

A día de hoy

Se sospecha que todos somos presuntamente sospechosos



A día de hoy, lo que más recordaremos de la última reunión del G-20 es la muerte de Ian Tomlinson, un británico que iba hacia su casa cuando se encontró en medio de la policía y los manifestantes anti-G-20. En un video que obra en poder de The Guardian, se ve como Tomlinson, caminando en actitud pacífica, es empujado, golpeado y derribado por un policía. Acabó ingresado en un hospital donde falleció.
En este caso (como en algunos otros), la policía la emprendió con un ciudadano que nada tenía que ver con la manifestación, está claro que cualquiera que pasara por allí era presuntamente sospechoso y por ello fue victima de la carga policial.

Esta carga policial, denota un preocupante abuso de poder, o si se quiere, la actuación abusiva e indiscriminada, de servidores públicos contra cualquier persona. Parece que todos somos sospechosos de algo, cuando caemos bajo su atenta mirada. Es la consecuencia del incremento de la delincuencia y de la amenaza terrorista.

Reclamamos mayor eficiencia frente a terroristas en los aeropuertos, contra los ladrones de pisos, contra los que dan tirones de bolsos, contra los pederastas. Ponemos mucha energía social en ésa reclamación, tanta que permitimos que las fuerzas policiales nos traten a todos de mala manera, con la esperanza de que tolerando ésa fórmula, se sea eficaz contra la delincuencia; permitimos en suma, obviar la presunción de inocencia, cuyo espíritu es que la policía tenga que correr con la carga de la prueba, a que seamos nosotros los que tengamos que demostrar nuestra inocencia.

Estamos reclamando mayor eficiencia frente a delincuentes comunes que ejercen sus gamberradas sobre nuestro patrimonio particular, pero le damos mucha menos importancia a los delincuentes de guante blanco y corbata elegante, que ejercen su rapiña sobre los fondos públicos (que continúan siendo un patrimonio de todos),
o se financian e incluso benefician, ilegalmente a través de cargos públicos, cuando lo realmente coherente sería que reclamáramos para estos últimos la misma severidad.

Cada vez que pasamos por debajo de los arcos de seguridad de un aeropuerto, cuando nos paran en un control de alcoholemia, o cuando al salir del supermercado te inspeccionan la bolsa, dejamos de ser, guste o no, presuntos inocentes y pasamos a ser presuntos delincuentes. Y es que simplemente el poder nos observa bajo una mirada de presunción de culpabilidad, lo cual da al uniforme una razón para ser maleducado o simplemente un abusón.

Resulta preocupante, que bajo la psicosis del miedo toleremos este trato. Con todo, nos quejamos cuando el abuso nos toca directamente a nosotros, llegado el momento nos preguntamos ¿No es más probable que la mayoría seamos inocentes y que merezcamos un trato mínimamente educado y respetuoso?

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